EVANGELIO.
Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le
dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la
mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida
la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole
severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote
y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva
de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el
mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar
públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares
desiertos. Y acudían a él de todas partes.
EL EVANGELIO NO ES UN SOMNÍFERO, ES PURA DINAMITA:
La ley mandaba a los leprosos que se excluyeran de la vida social. Hoy la ley
manda lo mismo y de manera más radical aún…leproso es todo aquel que puede oler
a libertad, que no es políticamente correcto, que quiere decir lo que piensa….para
estos leprosos actuales viene la ley mordaza, hipócrita y vergonzosa.
Aquellos leprosos, debían irse fuera de la ciudad, odiados por todos, malditos,
nadie debía tocarlos, si se acercaban a un lugar habitado o se cruzaban con
alguien debían gritar... pero esto por ley, lo decía la ley de Moisés. Debía
andar harapiento, despeinado, barba tapado, y gritando toda su vida: impuro.
Dios les había castigado por ser unos pecadores. Marginados sociales
justificado con argumentos religiosos. Y así los sanos; no sólo podían desentenderse
tranquilamente de los enfermos sino también presumir de buenos.
Lo tocó, el mundo grita que quiere ser
libre. No es políticamente correcto el contacto directo con el dolor y la
miseria. Las vemos en televisión y nos estremecemos, los tenemos en un
calendario y no queremos ponerlo. Nos molestan. La miseria no se retrata, se
comparte, eso aprendimos hace tiempo… Si no nos duele el dolor del hermano, no
presumamos del título de cristianos, si nos amurallamos detrás de las cifras y
las estadísticas, no escuchemos el evangelio. No queda otra que apostar por la
revolución de la ternura.
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