sábado, 24 de enero de 2009

DOMINGO 24.ENERO. MC 1,14-20

EVANGELIO:
Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.» Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

EL EVANGELIO NO ES UN SOMNIFERO, ES PURA DINAMITA:
Igual que en el baile lo importante es la compañía, cuando se trata de dar la vida, también lo importante es la compañía. No somos admiradores de Jesús de Nazareth, no somos aficionados, forofos, fanáticos de Jesús de Nazareth. Somos seguidores, y eso conlleva beber del cáliz...
1-. El ejemplo de los más sencillos
Muchos cristianos quedarían un tanto sorprendidos si se les dijera que el cristianismo consiste en descubrir una Buena Noticia.
En no pocos cristianos no hay buena noticia. Su fe no ha crecido. La comodidad, el cansancio o aburrimiento han marchitado todo lo nuevo.
Otros han abandonado su fe, abandonándose a la superficialidad y al olvido, pero esto en sus vidas no ha supuesto más coraje, más verdad ni más alegría.
Otros han reducido la fe al mínimo. Su religión está impregnada de desconfianza y sospecha, más que de fe gozosa y entregada. Para ellos, Dios es cualquier cosa menos una Buena Noticia capaz de alegrar su existencia.
Sin embargo, vemos también, que hay muchos hombres y mujeres sencillos que saben de Dios más que teólogos y dogmáticos ilustrados. Gentes que no hacen gala de una fe grande y pura, pero que se confían humildemente al misterio de Dios.
Personas que viven el amor al prójimo sin aspavientos ni ostentación alguna. Cristianos humildes, muy conscientes de su limitación y su pecado, pero que se saben habitados por la presencia bondadosa de Dios.
Si pertenecemos a los primeros grupos. Es decir a las personas que no esperan nada nuevo tendremos que convertirnos. No olvidemos que Convertirse es cambiar de rumbo. Es reconocer que estábamos equivocados y disponernos a rectificar. Es arrepentirnos, tachar, liquidar lo falso que había en nosotros, pedir perdón. Es vaciar, echar fuera del corazón la suciedad que lo afeaba, y dejarlo abierto.
No se puede vivir con el corazón vacío; si lo vaciamos, es para hacerlo más capaz. Fallan los que sólo hablan de quitar, de prohibir, de condenar; ¿cómo va a tener gancho para nadie una tarea tan miope? Si quitamos, es porque hay algo que queremos poner en su lugar. Queremos poner la Buena Nueva del perdón, de la misericordia y del amor... Claro que para poner esas cosas hace falta mirar.
2-.La mirada de Jesús
la mirada. El "vio" no es una anotación banal (para dirigirse a una persona, hace falta verla...). Se trata de una mirada que encandila a un individuo, una mirada que elige, escoge, lo saca fuera de la gente. "Aquella es la persona que me interesa, que me importa para lo que llevo entre manos". En suma, que el encuentro comienza con el "ver" a la persona. No hay Buena noticia si no vemos al otro. Así se desarrollará también la llamada de Leví (2, 14). En el episodio del joven rico (10, 12) la mirada expresará una nota de afecto. Hoy en nuestra sociedad hace falta mirar y mirar con afecto.
Jesús nos elige para esta tarea de mirar con afecto. ¿Cuál será nuestra respuesta?
3-. La iniciativa de Jesús
Iniciativa. En el judaísmo contemporáneo eran los discípulos los que buscaban, elegían al maestro. El rabino no llamaba para sí a los discípulos, sino que él era "llamado", "elegido" por ellos.
La iniciativa de Jesús no siempre es la nuestra. No somos nosotros los que vamos a la búsqueda de Dios. Es Dios quien se pone a buscar al hombre.
Solo nos podemos poner en camino después de que Dios haya comenzado a andar por los caminos del hombre.
El discípulo se caracteriza por la fe, que es un "fiarse" de una persona, responder a su llamada, si bien no se miden, concretamente, todas las consecuencias de ella. Es aceptar vivir una aventura de la que no se calculan con precisión las dimensiones y los riesgos.
Cristo no presenta la lista detallada de sus exigencias, no dice lo que quiere, y adonde llevará. Exige una adhesión decidida, incondicional. ¡Dios proveerá!
Y el discípulo no pide explicaciones. Aquel maestro, por otro parte, más que dar explicaciones, señala tareas. Las explicaciones, en todo caso, llegarán más tarde. Después que el discípulo haya "hecho". El significado de lo que ha sucedido, de lo que se ha vivido, se descubre únicamente cuando las cosas están hechas.
Se trata de seguirle a El. Servir para vivir.

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