martes, 1 de septiembre de 2009

2 de septiembre. Miércoles. LC 4,38-44

EVANGELIO:

Saliendo de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.»
EL EVANGELIO NO ES UN SOMNIFERO, ES PURA DINAMITA:

“ Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó”. Las manos son muy importantes en la vida, pueden construir o destruir, curar o herir, acariciar o golpear, acoger o rechazar. Las manos pueden reflejar el ser de la persona, esto lo digo hoy cuando en este fin de semana hemos tenido varios casos – cada día más- de maltrato a la mujer.
Jesús toca a los discípulos y les devuelve la confianza. Agarra a Pedro cuando se hunde, tiende la mano, agarra, sujeta... echa una mano. Un cristiano es aquel que echa una mano para que el mundo sea distinto. Jesús siempre echó su mano para levantar, nunca para hundir o condenar. Que diferencia con nuestro mundo, donde hay tantas manos que pegan, destruyen, disparan, amenazan... también entre nosotros. Nunca las manos de Jesús excluyeron a nadie, no se nosotros, creo que también como Iglesia tampoco podemos decir lo mismo, el más bien agarra al enfermo, acaricia al triste, impone sus manos para bendecir, toca con sus manos par acoger, protege y bendice.
Deberíamos aprender de la suegra de Pedro. La Iglesia debería ser como la Suegra, aceptar a Jesús y ponerse a servir, es el reto que nos lanza el Evangelio de hoy.

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