domingo, 4 de abril de 2010

Domingo de resurrección. Juan 20,1-9.

Evangelio

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

EL EVANGELIO NO ES UN SOMNÍFERO, ES PURA DINAMITA:

"Esta reflexión nos remonta a la Pascua que desemboca también en Cristo, confesado nuestra Pascua, porque toda aquella fuerza liberadora que traía el Viejo Testamento con maravillas que Dios iba haciendo para expresar su deseo de liberar siempre a los pueblos, de dar su salvación precisamente en la historia de los pueblos, en Cristo nuestro Señor se hace realidad, no sólo para Israel, sino para todos los pueblos que vayan creyendo en El. De tal manera que podemos decir: Cristo salva, nos salva en nuestra propia historia, y todas aquellas maravillas del Antiguo Testamento se hacen presentes en esta Pascua nuestra.
Esta es la pascua. La pascua que la Iglesia continúa viviendo como una comunidad es la que debe reinar esa transformación que Cristo nos exhaló con su suspiro profundo de crear la Iglesia. Le transmitía toda su fuerza pascual, o sea, ese tránsito, ese paso de muerte a vida, con todo lo que esas dos palabras implican.
Muerte, que es pecado, que es mediocridad, que es injusticia, que es desorden, que es atropello de los derechos, que es desorden en todas las cosas humanas; todo eso tiene que quedar sepultado en la tumba del Señor y resucitar: Pasar de la muerte a la vida.
Vida quiere decir justicia. Vida quiere decir respeto al hombre. Vida quiere decir santidad. Quiere decir todo ese esfuerzo por ser cada día mejor, porque cada hombre y cada mujer, cada joven, cada niño, vaya sintiendo que su vida es una vocación que Dios le ha dado para hacer presente en el mundo. No sólo la maravilla de la creación es imagen de Dios, sino la maravilla de la redención, que es elevación de la naturaleza, elevación de la sociedad, elevación de la amistad. Esa es la Pascua; y una parroquia que lleva el nombre pascual de la Resurrección tiene que vivir intensamente este sentido comunitario del paso de la muerte a la vida, de la imperfección a lo perfecto, a la santidad cada vez más elevada.
Porque sólo así, queridos hermanos, podemos servirnos de esta Pascua que Cristo nos regala." (Homilías pascuales de Monseñor Romero)

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