EVANGELIO:
Así habló Jesús, y alzando los
ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que
tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda
carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado.
Esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo
te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste
realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a
tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú
me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han
guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque
las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y
han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has
enviado.
Por ellos ruego; no ruego por el
mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo
y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos.
Yo ya no estoy en el mundo, pero
ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a
los que me has dado, para que sean uno como nosotros.
EL EVANGELIO NO ES UN SOMNIFERO, ES PURA DINAMITA:
La vida eterna, ese gran anhelo
de todos… la vida no tiene punto y final. Pertenecemos a la selección nacional
de los resucitados. El eco de la vida: la vida es el reflejo de nuestras
acciones… si deseas amor, da amor, si deseas felicidad, da felicidad. Si deseas
una sonrisa, sonríe.
Cuentan que en un cementerio
cuando enterraban a la gente, en la lápida, ponían unas cifras, algunos tenían
años y meses, otros días, otros horas….un niño le preguntó a su abuela que qué
significaban esos números. El abuelo le contestó, que no eran sino la suma de
los momentos en los que verdaderamente habían estado vivos las personas, y no
sobreviviendo, quejándose, etc….¿Qué cifra tendrás tú?....
Nada debe empujarnos tanto a
vivir apasionadamente como la certeza de que nuestra vida será corta. ¡ hay que
quererse deprisa! ¡ hay que quererse ahora, en estos pequeños, cortos años! A
Jesús no le resucitó nadie. Le resucitó su vida. Alguien que había vivido
amando tanto no podía morir, estaba tan vivo que la muerte no pudo vencerlo.
Muy distinto a nosotros que gran parte de nuestra vida somos unos muertos
vivientes.
No hay que vivir para un día
morir, sino que vivimos para un día resucitar.
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