martes, 3 de noviembre de 2009

miércoles 4 de noviembre. Lc 14,25-33

EVANGELIO:
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo".
EL EVANGELIO NO ES UN SOMNIFERO,ES PURA DINAMITA:
“Sólo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución” (·Mounier-E)
La llamada de Jesús es radical. Por favor, dejemos de manipular y jugar con el Evangelio.Por otra parte, cuando Jesús nos llama a "tomar la cruz", no nos está invitando a procurarnos una vida todavía más dolorosa y atormentada, añadiendo nuevo sufrimiento a nuestro vivir diario. «Tomar la cruz» es descubrir cual es la manera más acertada y sana de vivir ese sufrimiento que ha de aceptar quien quiere ser humano hasta el final. Y cambiar las estructuras que oprimen y cargan de cruces a los hermanos más débiles y abandonados. Esa es la gran labor del cristiano del siglo XXI: aliviar el sufrimiento del más pequeño. Incluso renunciando a todo lo que se posee por dejar este mundo un poco más habitable: Somos corresponsables.
Es impresionante el diálogo final de la famosa película "La misión". Después de que se ha producido la cruel matanza de los jesuitas y de los indios guaraníes, el cardenal Altamirano pregunta a los embajadores de España y Portugal si había sido necesario derramar tanta sangre. Uno de ellos le responde: «Desengáñese, excelencia, en este mundo tenemos que vivir». El cardenal Altamirano, con el rostro lleno de tristeza, le dice entonces: «No, señor embajador, somos nosotros los responsables de este mundo. Soy yo el responsable de este mundo».

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