lunes, 30 de noviembre de 2009

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO

Martes, 1 de diciembre de 2009. Lucas 10, 21-24

EVANGELIO

En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: - «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.» Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: -«¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»

EL EVANGELIO NO ES UN SOMNÍFERO, SI NO PURA DINAMITA

Sí, hemos comenzado el tiempo de adviento, como se nos recordaba en el comentario del evangelio del domingo y creemos que es un tiempo precioso para renovar nuestra esperanza, retomar nuestro compromiso con los pobres de la tierra y seguir empeñados en creer que otro mundo es posible. Hoy Jesús nos habla de la alegría, de la auténtica alegría que brota del corazón de los pequeños y sencillos.
Comparto con vosotros un escrito de Leonardo Boff que nos puede ayudar a entender cómo es el corazón de la gente buena y por qué ellos son los preferidos de Jesús…

“En 2003 visité por primera vez la isla Fernando de Noronha. Encontré a Ana, una profesora de primaria, esposa de un pescador, que vendía bollitos justo debajo de la iglesia, para completar el ingreso familiar. Se estableció de inmediato una relación de gran cordialidad. Ella tenía la voz suave como la brisa que venía del mar y la mirada tierna como la arena fina de la playa que estaba a nuestros pies. Yo me animé y hablé de cómo fue surgiendo la Tierra, los mares, las islas como Noronha. Ella escuchaba con brillo en los ojos como si recibiera un mensaje esperado.
De repente dijo: «Nosotros somos pequeños y humildes. Ustedes son doctores y saben muchas cosas que nosotros podemos aprender y llenarnos de admiración». Mi compañera Marcia, educadora popular, respondió diciendo: «Ana, usted también sabe cosas que nos hacen aprender y nos maravillan». Entonces ella se confió y dijo: «¿Puedo contar un milagro?». «Claro, nosotros creemos en milagros».
Y entonces contó: «Fue el que Dios nos concedió hace unos años en semana santa. En casa no teníamos pescado ni agua. El barco que debía traer provisiones no vino. Mi marido que es pescador hacía días que no pescaba nada. ¿Qué íbamos a comer en semana santa? Sólo teníamos un poco de espagueti. Entonces mi marido y yo, preocupados, fuimos a ver el mar. Nos mirábamos el uno al otro, tristes, pidiendo a Dios que cuidase de nosotros, pequeños y humildes. El mar estaba en calma. Y de repente se levantó una gran ola, chocó contra las piedras y, al retirarse, miles de sardinitas quedaron presas en ellas. Me quité la enagua y la llené de peces. Fui corriendo a llamar a mis cuatro vecinos, también pescadores. Cuando llegaban, vino otra ola, trayendo todavía más peces. Todos llenaron sus cestos y aún sobraron peces en las piedras. Dios escuchó la súplica de los pequeños y humildes».
Y es que todavía hay gente que no cree en milagros porque no ha activado sus sentidos espirituales. Si los activan, van a descubrir muchos, muchos milagros en sus vidas. Pero hay una condición: hacerse pequeño y humilde como Ana y su marido.
Me fui rezando al Dios de Ana, pidiéndole que me hiciese pequeño y humilde. Grande era Ana, pequeño era yo”

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