sábado, 27 de noviembre de 2010

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
lunes 29 de noviembre de 2010. Mateo 8,5-11.

Evangelio

Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole": "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente". Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo". Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace". Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.
Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos;

EL EVANGELIO NO ES UN SOMNÍFERO, ES PURA DINAMITA:

Sí, hemos comenzado el tiempo de adviento y creemos que es un tiempo precioso para renovar nuestra esperanza, retomar nuestro compromiso con los pobres de la tierra y seguir empeñados en creer que otro mundo es posible. Hoy Jesús nos habla de la fe, de la auténtica alegría que brota del corazón de los pequeños y sencillos. Comparto con vosotros un escrito de Leonardo Boff que nos puede ayudar a entender cómo es el corazón de la gente buena y por qué ellos son los preferidos de Jesús…

“En 2003 visité por primera vez la isla Fernando de Noronha. Encontré a Ana, una profesora de primaria, esposa de un pescador, que vendía bollitos justo debajo de la iglesia, para completar el ingreso familiar. Se estableció de inmediato una relación de gran cordialidad. Ella tenía la voz suave como la brisa que venía del mar y la mirada tierna como la arena fina de la playa que estaba a nuestros pies. Yo me animé y hablé de cómo fue surgiendo la Tierra, los mares, las islas como Noronha. Ella escuchaba con brillo en los ojos como si recibiera un mensaje esperado. De repente dijo: «Nosotros somos pequeños y humildes. Ustedes son doctores y saben muchas cosas que nosotros podemos aprender y llenarnos de admiración». Mi compañera Marcia, educadora popular, respondió diciendo: «Ana, usted también sabe cosas que nos hacen aprender y nos maravillan». Entonces ella se confió y dijo: «¿Puedo contar un milagro?». «Claro, nosotros creemos en milagros». Y entonces contó: «Fue el que Dios nos concedió hace unos años en semana santa. En casa no teníamos pescado ni agua. El barco que debía traer provisiones no vino. Mi marido que es pescador hacía días que no pescaba nada. ¿Qué íbamos a comer en semana santa? Sólo teníamos un poco de espagueti. Entonces mi marido y yo, preocupados, fuimos a ver el mar. Nos mirábamos el uno al otro, tristes, pidiendo a Dios que cuidase de nosotros, pequeños y humildes. El mar estaba en calma. Y de repente se levantó una gran ola, chocó contra las piedras y, al retirarse, miles de sardinitas quedaron presas en ellas. Me quité la enagua y la llené de peces. Fui corriendo a llamar a mis cuatro vecinos, también pescadores. Cuando llegaban, vino otra ola, trayendo todavía más peces. Todos llenaron sus cestos y aún sobraron peces en las piedras. Dios escuchó la súplica de los pequeños y humildes». Y es que todavía hay gente que no cree en milagros porque no ha activado sus sentidos espirituales. Si los activan, van a descubrir muchos, muchos milagros en sus vidas. Pero hay una condición: hacerse pequeño y humilde como Ana y su marido. Me fui rezando al Dios de Ana, pidiéndole que me hiciese pequeño y humilde. Grande era Ana, pequeño era yo”

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