1Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta
pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?»Ellos
dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o
uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?»Simón
Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»Replicando Jesús le
dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto
la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te
digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los
Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»
EL EVANGELIO NO ES UN SOMNIFERO, ES PURA DINAMITA:
¿ Quién dices que soy yo?
Hace dos mil años un
hombre formuló esta pregunta aun grupo de amigos. Y la historia no ha
terminado aún de responderla. El que preguntaba era simplemene un aldeano que
hablaba a un grupo de pescadores. Nada hacía sospechar que se tratara de alguien
importante. Vestía pobremente. Él y los que le rodeaban eran gente sin cultura,
sin lo que el mundo llama cultura. No poseían títulos ni apoyos. No tenían
dinero ni posibilidades de adquirirlo. No contaban con armas ni con poder
alguno. Eran todos ellos jóvenes, poco más que unos muchachos, y dos de
ellos – uno precisamente el que hacía la pregunta- morirían antes de dos años
con las más violentas de las muertes. Todos lo demás acabarían, no mucho
después, en la cruz o bajo la espada. Eran ya desde el principio y lo serían
siempre, odiados por los poderosos. Pero tampoco los pobres terminaban de
entender lo que aquel hombre y sus doce amigos predicaban. Era, efectivamente,
un incomprendido.
Los violentos le encontraban débil y manso. Los custodios del orden le juzgaban
en cambio, violento y peligroso. Los cultos le despreciaban y le temían. Los
poderosos se reían de su locura. Había dedicado toda su vida a Dios, pero los
ministros oficiales de la religión de su pueblo le veían como un blasfemo y un enemigo
del cielo. Eran ciertamente muchos los que le seguían por los caminos cuando
predicaba, pero a la mayor parte les interesaban más los gestos asombrosos que
hacía o el pan que les repartía que todas las palabras que salían de sus
labios. De hecho todos le abandonaron cuando sobre su cabeza rugió la tormenta
de la persecución de los poderosos y sólo su madre y tres o cuatro amigos más
le acompañaron en su agonía.
La tarde de aquel viernes, cuando la losa de su sepulcro prestado se cerró sobre
su cuerpo, nadie habría dado un céntimo por su memoria, nadie habría podido
sospechar que su recuerdo perduraría en algún sitio, fuera del corazón de
aquella pobre mujer – su madre- que probablemente se hundiría en el silencio
del olvido, de la noche y de la soledad.
Y.... sin embargo, XXI siglos después, la historia sigue girando en torno a
aquel hombre. Los historiadores – aún los más opuestos a él- siguen diciendo
que tal hecho o tal batalla ocurrió tantos o cuantos años antes o después de
él. Media humanidad, cuando se pregunta por sus creencias, sigue usando su
nombre para denominarse. Dos mil años después de su vida y de su muerte, se
sigue escribiendo cada año más de mil volúmenes sobre su persona y su doctrina.
Su historia ha servido como inspiración para, al menos, la mitad de todo el
arte que ha producido el mundo desde que el vino a la tierra. Y, cada año,
decenas de miles de hombres y mujeres dejan todo – sus familias, sus
costumbres, tal vez hasta su patria- para seguirle enteramente, como aquellos
doce primeros amigos.
¿quién, quién es este hombre por quien tantos han muerto, a quién tantos han
amado hasta la locura y en cuyo nombre se han hecho también - ¡ay! Tantas
violencias? Desde hace más de dos mil años, su nombre ha estado en boca de
millones de agonizantes, como una esperanza, y de millares de mártires, como un
orgullo. ¡ Cuántos han sido encarcelados y atormentados, cuántos han muerto
sólo por proclamarse seguidores suyos! Y también - ¡ay!- ¡ cuantos han sido
obligados a creer en él con riesgo de sus vidas, cuantos tiranos han levantado
su nombre como bandera para justificar intereses o sus dogmas personales! Su
doctrina, paradójicamente, inflamó el corazón de los santos y las hogueras de
la inquisición. Discípulos suyos se han llamado los misioneros que cruzaron el
mundo sólo par anunciar su nombre y discípulos suyos nos atrevemos a llamarnos
quienes - ¡por fín!- hemos sabido compaginar su amor con el dinero.
¿Quién es, pues, este personaje que parece llamar a la entrega total o al odio
frontal, este personaje que cruza de medio a medio la historia como una espada
ardiente y cuyo nombre – o cuya falsificación- produce frutos tan opuestos de
amor o de sangre, de locura magnífica o de vulgaridad? ¿Quién es y qué hemos
hecho de él, cómo hemos usado o traicionado su voz, qué jugo misterioso o
maldito hemos sacado de sus palabras? ¿Es fuego o es opio?¿Es bálsamo que cura,
espada que hiere o morfina que adormila?¿quién es? ¿quién es? Pienso que el hombre
que no ha respondido a esta pregunta puede estar seguro de que aún no ha
comenzado a vivir. Gandhi escribió una vez: “ Yo digo a los hindúes que su vida
será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús”. ¿ Y qué
pensar entonces de los cristianos - ¿Cuántos, Dios mío? – que todo lo
desconocen de él, que dicen amarle, pero jamás le han conocido personalmente?
Y es una pregunta que urge contestar porque, si él es lo que dijo de si mismo,
si él es lo que dicen de él sus discípulos, ser hombre es algo muy distinto de
lo que nos imaginamos, mucho más importante de lo que creemos. Porque si Dios
ha sido hombre, se ha hecho hombre, gira toda la condición humana. Si, en
cambio, él hubiera sido un embaucador o un loco, media humanidad, estaría
perdiendo la mitad de sus vidas.
Conocerle no es una curiosidad. Es mucho más que un fenómeno de la cultura. Es
algo que pone en juego nuestra existencia. Porque con Jesús no ocurre como con
otros personajes de la historia. Que César pasara el Rubicón o no lo pasara, es
un hecho que puede ser verdad o mentira, pero que en nada cambia el sentido de
la vida. Que Carlos V fuera emperador de Alemania o de Rusia, nada tiene que
ver con mi salvación como hombre. Que Napoleón muriera derrotado en Elba o que
llegara siendo emperador al final de sus días no moverá hoy a un solo ser
humano a dejar su casa, su comodidad y su amor y marcharse a hablar de él a una
aldehuela del corazón de África.
Pero Jesús no, Jesús exige respuestas absolutas. Él asegura que, creyendo en
él, el hombre salva su vida, e ignorándole, la pierde este hombre se presenta
como el camino, la verdad y la vida. Por tanto – si esto es verdad- nuestro
camino, nuestra vida, cambian según sea nuestra respuesta a la pregunta sobre
su persona. ¿ Y cómo responder sin conocerle, sin haberse acercado a su
historia, sin contemplar los entresijos de su alma, sin haber leído y releído
sus palabras?
José
Luis Martín Descalzo
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