domingo, 29 de marzo de 2009

Domingo, 29 de marzo de 2009, Juan, 12,20-33

EVANGELIO

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: - «Señor, quisiéramos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: - «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.» Entonces vino una voz del cielo: - «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.» La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: - «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

EL EVANGELIO NO ES UN SOMNIFERO, ES PURA DINAMITA:

Estamos ya en el quinto domingo de Cuaresma. Se aproxima la Semana Santa y hoy, todas las lecturas de la Eucaristía nos apremian a mirar con detenimiento al Misterio que celebraremos.
En la primera lectura se anuncia: “Mirad que llegan días –oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva” (Jer 31, 31). El Evangelio de San Juan afirma: “Ha llegado la hora”. Las palabras de Jesús a su madre en Caná de Galilea –“Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4)-, han cambiado: “Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”.
Los acontecimientos se precipitan. Las lecturas bíblicas nos invitan a fijar nuestros ojos en el Señor, a entrar en nuestro propio interior sin movimientos evasivos. “Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones” (Jer 31, 33). “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 51 [50], 12).
Hoy se nos desvela parte del misterio que más nos cuestiona, el sentido de la cruz. Con frecuencia se interpreta que el sufrimiento es desgracia, posible falta de amor de Dios, y cabe el sentimiento de rebeldía, de protesta, de pregunta al cielo: “¿Qué he hecho yo para merecer la cruz?” Y se apodera del ánimo la tristeza por el posible agravio comparativo, mirando la suerte de los demás.
Es el momento de mirar a Cristo. De silenciar nuestra voz de queja o de rebeldía contemplándolo a Él. De saber que una multitud inmensa en nuestros días está sufriendo la terrible lacra del hambre, de la guerra, de la injusticia y viven, si es que pueden, o como pueden, estas situaciones.
Es el momento de saber que Cristo sigue sufriendo en cada ser que sufre y en nosotros no cabe otra respuesta que la de estar cerca de Él, de ellos, sabiendo que el dolor y la muerte no tienen la última palabra, porque seguimos a un Cristo vivo, resucitado y “resucitador” .

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